Dentro del mundo de la psicología y concretamente en lo que se refiere a los diagnósticos, existen dos grandes corrientes o orientaciones. La primera de ellas defiende que hacer un diagnóstico significa implementar una etiqueta a esa persona de por vida. Así, este colectivo defiende que solo en casos de extrema importancia y severidad debe ser diagnosticada una persona y ese diagnóstico no es de por vida.
Las personas pertenecientes a la segunda perspectiva opinan que realizar un diagnóstico siempre es útil para tomar consciencia del problema y para tomar medidas al respecto. Además, igual que en la primera perspectiva, éstos también defienden que los diagnósticos no son de por vida, sino que la persona debe ser evaluada cada cierto tiempo.
De este modo, la mayor diferencia entre los psicólogos de ambos grupos recae en que mientras los primeros únicamente diagnostican aquello más severo, en el segundo creen que la mejor manera de ayudar al paciente es proporcionándole un diagnóstico con el problema que conlleva (el sobrediagnóstico).
Desde Apsis no nos posicionamos a favor de ninguna de las dos corrientes si no que lo que hacemos es posicionarnos en medio de ellas. El diagnóstico de un paciente resulta imprescindible en algunos casos para orientar y planificar el tratamiento, anticipar necesidades del paciente y dar pautas acerca de las dificultades que pueden surgir. Sin embargo, resulta imprescindible ser consciente de que el diagnóstico tiene que hacerse una vez hecha una evaluación psicológica o neuropsicológica en la que se exploren y se detallen las dificultades de la persona. Dicha evaluación deberá tener en cuenta las diferentes áreas de la persona (social, laboral, familiar, etc.). Además, debe valorarse también la edad en la que se encuentra el paciente ya que por ejemplo, con niños muy pequeños existe la opción de esperar unos años para ver cómo evolucionan sus dificultades y ver también si el desarrollo evolutivo le favorece.
Otro aspecto de suma importancia es que el diagnóstico es de por vida en casos muy concretos. Generalmente, lo que recomendamos es realizar una evaluación cada cierto tiempo para determinar si las dificultades siguen presentes, han desaparecido o si han surgido nuevas necesidades.
En muchas ocasiones establecer una etiqueta diagnóstica y comunicarla a los padres puede causar un gran alivio a éstos. Ya que habitualmente, los padres ya son conscientes de las dificultades de su hijo y la existencia del diagnostico les ayuda a comprenderlo mejor. Así, generalmente a los padres les resulta chocante que a su hijo le diagnostiquen, pero a la larga resulta favorable tanto para ellos, como para el niño y el resto de personas que lo rodean ya que el colegio deberá estar informado sobre su situación y así podrá adaptarse a sus necesidades.
Realizar un diagnóstico, como hemos comentado hasta ahora, puede resultar muy útil y beneficioso. Cabe destacar que en caso contrario, es decir, ante un incorrecto diagnóstico las consecuencias son altamente perjudiciales, tanto para el paciente como para su familia.