No hay padre en el mundo al que no le haya tocado sufrido una rabieta de su hijo en plena calle, en mitad del supermercado o en casa. De eso no se libra nadie. Si se trata de una cosa puntual o que se produce en pocas ocasiones entonces, no hay problema. No obstante, si las rabietas son el pan de cada día de los hijos, los padres pueden llegar a un estado de saturación, cansancio y frustración que puede llegar a casi enloquecerlos.