La pérdida de un ser querido, aunque no es siempre algo inesperado sí que resulta ser, en la mayoría de los casos, algo doloroso. La palabra duelo significa el afrontamiento que una persona debe hacer ante la pérdida de un ser querido. De este modo, la pérdida de un familiar o amigo nos descoloca porque es una situación que requiere una adaptación a las nuevas circunstancias y pasar por un proceso emocional muy duro.
En el caso de que el duelo sea por la muerte de un hijo, este hecho cambia los parámetros de la situación. Habitualmente, las personas viven centradas en su día a día, en sus rutinas, dejando en el olvido que todo ser vivo nace y muere. En el pasado la muerte se concebía como parte de la vida. Así, no se etiquetaba como un suceso traumático o de difícil gestión emocional. Los padres tenían varios hijos y si alguno moría por algún motivo lo asumían con mayor facilidad que en la actualidad.
Hoy en día nuestra propia muerte nos parece inconcebible, imaginaos la de un hijo… es simplemente algo contra natura, algo que no nos parece ni justo ni creíble y que no entra dentro de nuestras expectativas, de lo esperable.
En nuestra lengua existen palabras como viudo o viuda, para designar a quien ha perdido un conyugue, o otras como huérfano o huérfana utilizadas para designar a alguien que ha perdido a sus padres. Sin embargo, no existe ninguna palabra para designar o referirse a quien ha perdido a un hijo.
Algunas particularidades del duelo por la muerte de un hijo recaen en que las personas se denominan padres o madres por la presencia de un o más hijos. La etiqueta de ser padre o madre pasa rápidamente a ser un aspecto de nuestra identidad, algo que somos, con lo que nos identificamos. También en que a menudo existen sentimientos de culpa. Los padres y madres suelen preguntarse si habrían podido hacer algo de manera diferente, si los podrían haber salvado o simplemente desearían cambiarles el sitio y ser ellos los que murieran. Ante la muerte de un hijo siempre existe la sensación de haber fallado al hijo, de haberlo desamparado.
Este tipo de duelos suele durar más en el tiempo. Se cree que es así debido al gran impacto emocional que este tipo de muerte provoca en los individuos ya que no se trata únicamente de la pérdida de un ser querido sino también una pérdida de identidad.
Un aspecto que hay que tener en cuenta es que se afirma que superar la muerte de un hijo es casi imposible. El amor incondicional hacia él no desaparece nunca, el amor nunca muere.
Con el objetivo de aceptar la muerte del hijo, en primer lugar se recomienda expresar todo lo que se siente, intentar sacar todas las emociones de rabia, enfado, tristeza. De cualquier forma pero sacarlas, liberarnos de esas emociones y no reprimirlas. Esto sobretodo es muy importante al comienzo del duelo. Un segundo aspecto que resulta muy relevante en el duelo es la posesión de una red social de apoyo alrededor de la persona afectada. Disponer de familiares y amigos que estén pendientes, que permitan el desahogo emocional, que permitan el compartir los sentimientos y que ayuden a gestionar las diferentes necesidades provocan que el duelo no se quede enquistado sino que la persona vaya pasando por las diferentes fases.
Una vez se ha aceptado la muerte del hijo e hija y las emociones y sentimientos han sido liberados se recomienda apoyarse mucho en la pareja y seguir con la rutina, incorporando ocupaciones diarias que no dejen tiempo para pensar y derrumbarse de nuevo. Así, si los padres se entretienen con diferentes tareas tendrán el mínimo tiempo para pensar en la tragedia.